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La cámara como personaje en el universo de Tatiana Huezo

Foto del escritor: EncuadradasEncuadradas

Actualizado: 3 nov 2024

Por Luis E. González

La directora Tatiana Huezo en rodaje, tomada de BTeam Pictures.

Tatiana Huezo ha desarrollado una obra cinematográfica donde la cámara - y todos sus aspectos formales - funcionan como un vínculo entre lo visible y lo ausente, un lugar donde este aparato se convierte en un personaje que, lejos de limitarse a observar, interviene activamente en la realidad que retrata. El cine de Huezo es uno donde los elementos creativos del mismo, es decir, los aspectos del medio que remarcan la intervención de un autor, se diluyen. Y así, como si de un ejercicio de sustracción se tratase, Huezo no solo permite una colaboración entre la cámara y la realidad material que retrata, sino que reconoce todo aquello que la imagen no puede transmitir a simple vista. En sus cuatro largometrajes - El lugar más pequeño (2011), Tempestad (2016), Noche de fuego (2021) y El Eco (2023) - se puede apreciar una variación de este ejercicio, una poética visual que trasciende lo narrado, proyectando una tensión entre lo mostrado y lo que queda fuera del encuadre.


Póster oficial de "El lugar más pequeño" (2011).

En el caso de El lugar más pequeño (2011), Huezo ofrece una reflexión sobre la memoria a través de un presente que logra integrar el pasado. El documental, que explora las cicatrices de la guerra civil salvadoreña, construye un puente entre los recuerdos y la realidad actual de los sobrevivientes. La cámara de Huezo parece anclada a la tierra, siempre al presente, retratando los rostros de las personas que siguen viviendo, los paisajes que han resistido el paso del tiempo, negándose a viajar visualmente al pasado. Sin embargo, es en la narración en voz en off donde permite al espectador situarse en un tiempo anterior, donde las voces se sienten como una herida abierta en la imagen. Este contraste entre lo que se ve y lo que se narra enfatiza la importancia del acto de recordar como algo que no solo evoca el pasado, sino que también permite la construcción del presente y la posibilidad de un futuro. El documental abre con una pantalla a negro y una voz que nos contextauliza sobre la tragedia, un recurso formal sencillo que permite que esa voz -  todas las voces - sean protagonistas y llenen cada imagen que vemos. A medida que la película avanza, la luz —presente en el pueblo y su realidad— se convierte en un símbolo de resistencia y regeneración.


Póster oficial de "Tempestad" (2016).

Tempestad (2016) aborda una paradoja diferente: cómo representar lo irrepresentable. Las historias de dos mujeres —una encarcelada injustamente y otra cuya hija ha sido secuestrada— son las guías de este documental. En está ocasión la cámara rehúye de un enfoque de explicitud visual. Las imágenes no muestran - por su incapacidad - directamente el dolor ni la violencia que estas mujeres han sufrido; en su lugar, nos encontramos con paisajes solitarios, carreteras desiertas, espacios militarizados y atmósferas cargadas de vacío. Este vacío es esencial para el discurso de la cámara, porque no es un vacío por ausencia de contenido, sino uno que nace de la opresión latente en cada imagen. La crudeza de lo narrado está viva en el presente, y el reto de Huezo como directora —al igual que el nuestro como espectadores— es esperar que las imágenes puedan hacer justicia a esas historias y a ese vacío. El diseño sonoro, con el ruido del viento, el tránsito lejano, y el eco de los testimonios en off, juega un papel esencial al crear una atmósfera envolvente, una experiencia sensorial que amplifica el sentido de impotencia y distancia que las imágenes no pueden cubrir.


Póster oficial de "Noche de fuego" (2021).

En Noche de fuego (2021), a pesar de que Huezo da el salto a la ficción, conserva una sensibilidad cercana a la que ha cultivado en sus documentales. La historia sigue a un grupo de niñas que crecen bajo la constante amenaza de la violencia en una comunidad rural azotada por el narcotráfico. Aquí, la violencia está presente, pero nunca en primer plano. La directora se aleja de las representaciones explícitas que permitiría la ficción y evita caer en la morbosidad. En su lugar, el uso del fuera de campo permite que la amenaza siempre esté al borde de lo visible, mientras la cámara se centra en las dinámicas de las niñas, en sus juegos, sus amistades y sus intentos por encontrar algo de normalidad en medio del caos. La mirada de Huezo es empática y está profundamente conectada con sus personajes femeninos, quienes luchan por protegerse mutuamente y por mantener un sentido de comunidad. La luz cálida y suave que envuelve las escenas de compañerismo entre las niñas y sus madres contrasta con la oscuridad que se intuye más allá de los límites del encuadre. En este sentido, Noche de fuego es devastadora, pero también luminosa, dejando espacio para la esperanza a través de la sororidad y la fortaleza colectiva.


Póster oficial de "El Eco" (2023).

Finalmente, en El Eco (2023), Tatiana Huezo parece cerrar un ciclo en su relación con el documental, explorando una forma de observación más libre y menos dependiente del testimonio oral. Si en sus trabajos anteriores el montaje y la voz en off eran recursos primordiales para articular la narrativa, aquí la directora se entrega a la observación directa, sin pretensión de capturar la realidad de manera objetiva. El Eco es una película que rechaza la noción de que el documental debe ser una ventana imparcial a la realidad. En lugar de eso, Huezo adopta una mirada colaborativa, donde la cámara no solo observa, sino que participa en la vida cotidiana de los personajes. La película sigue los ritmos cíclicos de una comunidad rural, y a través de un montaje contemplativo y poético, la directora construye una atmósfera que se siente menos estructurada y más inmersiva. Los colores, la luz natural y el sonido del entorno crean una experiencia sensorial que convierte a la cámara en un personaje más, un ser que no solo documenta, sino que interactúa con el mundo que filma. Aquí, el cine deja de ser una representación pasiva de lo real y se convierte en un proceso activo de creación.


A lo largo de su carrera, Tatiana Huezo ha desarrollado un lenguaje visual y sonoro que desafía las convenciones del cine documental y de la ficción. En sus películas, lo formal —la cámara, el montaje, el diseño sonoro— no es un simple recurso técnico, sino un elemento intrínseco al significado de la obra. La cámara de Huezo no solo observa; participa, construye y revela lo invisible, haciendo del cine un espacio de encuentro entre lo que se ve y lo que se siente, entre lo que se documenta y lo que permanece fuera de cuadro.




Ponte en contacto con el autor: luisegonzalez70@gmail.com

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