Crítica cinematográfica sobre la ópera prima de la cineasta pereirana
Por Carmen Viveros Celín
Utopía, el primer largometraje de la realizadora pereirana Laura Gómez Hincapié, es una película que se suma al conjunto de películas, producidas en los últimos 25 años, que contribuyen a la construcción de la memoria audiovisual del conflicto colombiano, y por ende a la reflexión sobre su realidad social y política. Esto desde el núcleo familiar conocido en la historia de la cinematografía latinoamericana como “el cine de los/las hijos/as”, que tiene no pocos antecedentes en los países del cono sur, como Chile, Brasil, Perú o Argentina, tras los gobiernos dictatoriales o en los países centroamericanos tras las revoluciones y militancias de izquierda. La lista es extensa, podríamos mencionar Pizarro (2015), La historia que no contaron (2011) o ¡Gaitán sí! (1998) a nivel nacional. Los rubios (2003), Sibila (2012), Allende mi abuelo Allende (2015) en América Latina, entre muchos otros. En este sentido, la película Utopía se ocupa de las luchas y las utopías del pasado, sí, pero con un ánimo renovador desde el presente colombiano.
Utopía se adscribe también con mucho mérito, tratándose de una ópera prima, a los hitos de la cinematografía pereirana, que cuenta con una interesante traza desde la mirada de las mujeres, en la que ya han dejado su impronta los trabajos de realización y producción de Inés Rendón en Nido de cóndores (1926), y Gloria Nancy Monsalve en Los últimos malos días de Guillermino (2008).
Utopía, narrada en primera persona por la directora, está articulada alrededor de una serie de momentos y conversaciones íntimas entre padres (Fernando y Ruby) e hija (Laura), en las cuales se plantean muchas más preguntas que respuestas, como es propio de los procesos críticos. Para este propósito, la directora recupera material de archivo en diferentes formatos, mientras los personajes desentrañan de su memoria -que ha empezado a ser esquiva- sus recuerdos personales. Lentamente, la película misma se va convirtiendo en un nuevo archivo íntimo y familiar para la posteridad, pero también en una pieza de archivo de interés regional y nacional de hondo calado, al que podríamos considerar desde ya, por su naturaleza, un “archivo utópico”, un archivo que nos hablará siempre desde el presente y que se renovará con el paso del tiempo.
En 2023, Colombia se encuentra en un momento clave de la historia del país, en el curso del primer gobierno de izquierda, después de haber sido gobernados por las élites conservadoras durante más de 200 años, y tras la reciente firma del acuerdo de paz entre la extinta guerrilla FARC EP y el gobierno nacional en 2016. Además, el deber de memoria oficial por parte del estado se viene consolidando desde 2011 con la creación del Centro Nacional de Memoria Histórica, y la posterior publicación del Informe BASTA YA en 2013, que lleva precisamente el subtítulo “Memorias de guerra y dignidad”. A esto se le suma el extenso trabajo de esclarecimiento de la Comisión de la Verdad realizado, en tiempo récord, en el último lustro. Podríamos decir que el país se encuentra viviendo su propio boom de la memoria, el mismo que de manera global se experimentó a partir de las décadas del 60-70, después de la segunda guerra mundial, en el que la memoria del Holocausto judío se insertó en la cultura global.
Es precisamente la memoria el gran tema sobre el que pivota la película Utopía. Sobre la recuperación, la construcción, la conservación, la custodia de la memoria personal y familiar, que a su vez está vinculada a la memoria de los movimientos políticos y sociales a los que pertenecieron, y todavía pertenecen, los padres de la directora: el partido comunista, la Unión Patriótica y los movimientos sindicales en pro de los derechos de los trabajadores. O más recientemente, los movimientos feministas en pro de la equidad de género y las reivindicaciones del paro nacional que tuvo su período más álgido entre 2019-2021, precisamente en la región sur occidente de Colombia.
La memoria es el ejercicio de reconstruir, imaginar, representar, algunas veces ficcionar el pasado. Laura Gómez lo hace en Utopía a través de un bellísimo trabajo de ilustraciones de su propia autoría, que están articuladas en la película casi que a manera de una “memoria oracular”, o en sus propias palabras como “una mesa de diálogo”, en un intento por buscar respuestas a sus preguntas o por encontrar formas sensibles de representar todo aquello que han vivido ella y sus padres (y Colombia) a través de una mirada onírica y amorosa.
Además de todos los recursos formales y de estilo que utiliza la película para representar la memoria, como constructo social y cultural, la misma también implica el olvido. Se trata de las dos caras de una misma moneda. De hecho, la película se produce en un momento en el que la memoria empieza a ser esquiva para el padre de la directora. Si lo extrapolamos, es el mismo caso para Colombia, debido al dilatado conflicto que hace que los hechos traumáticos se ubiquen a una distancia cada vez mayor con respecto al presente, lo cual vuelve más complejo el proceso de recuperación de la traza de lo vivido. En este sentido, Utopía también batalla contra el olvido, el personal y el social, no en vano rescata apartes de la historia del país con un enfoque regional, gracias al vínculo de los padres de la directora con el partido comunista colombiano y la Unión Patriótica.
El filósofo francés Paul Ricoeur plantea precisamente que el olvido, voluntario o no, es parte constitutiva del ejercicio de la memoria. Ese proceso a través del cual queremos entender mejor el pasado: ¿qué nos pasó?, ¿cómo nos pasó?, ¿a quién?, ¿por qué?, y con base en eso pensar un mejor futuro. El historiador Tzvetan Todorov habla de la memoria ejemplar, una memoria que tiene una finalidad, un para qué, es decir una utilidad ética. No se trata de una memoria perfecta, sino de todo lo contrario: una imperfecta que es capaz de reconocer las luces y sombras del pasado, las incertidumbres del presente; una memoria imaginativa, esa que es capaz de construir artefactos estéticos que resignifican el pasado con libertad y ternura, tal como lo hace Laura Gómez a lo largo de toda la película, utilizando lo nimio y cotidiano: una práctica de yoga, las caricias de un gato, los juegos de niña rescatados del archivo, el silbido del padre o un tatuaje sobre la piel.
En algún momento del documental, la directora dirá - a través de la voz en off que articula la película- que “la utopía tiene que ver más con el presente”. Y así es. Aunque el ejercicio de la memoria sea uno que apela a materiales del pasado (recuerdos, documentos, fotografías, videos, etc), se trata también de un camino o proceso crítico que se construye siempre en tiempo presente y cuya finalidad es precisamente la de anudar pasado y futuro, establecer un diálogo entre estos dos tiempos, y recuperar los ecos del pasado para que resuenen en el futuro.
El recorrido que realiza la directora a lo largo de la película reproduce una bellísima cartografía de aquello que Pierre Nora denomina “los lugares de la memoria”. Si bien el sustantivo que utiliza Nora nos sugiere lugares geográficos-físicos, este teórico también se refiere a lugares simbólicos, gestos: izar una bandera, decorar la propia casa, participar en una marcha año tras año, conservar una colección de libros, elaborar un arreglo de fotografías de personajes claves (El Ché Guevara, Lenin, Marx, etc) sobre un muro, etc. Laura Gómez nos invita a construir y recorrer el mapa de los lugares de la memoria de su familia, que es también el mapa de una utopía nacional o, si se quiere, uno mucho más extenso, utilizando el material de archivo de las películas familiares convertidas en una particular crónica, no solo de los viajes realizados por los Gómez Hincapié como familia, sino también en un emotivo mapa de la(s) utopía(s) de América Latina, en el que el Palacio de la Moneda en Chile o la Plaza de la Revolución en Cuba, entre muchos otros lugares también tienen cabida.
El mapa de Utopía ofrece múltiples resonancias del pasado. Hay muchos lugares de memoria en Utopía, algunos de ellos podrían considerarse casi altares. Y de ahí que reproduzcan -a su vez- una serie de rituales, muchas veces simbólicos, pero otras veces de verdadero activismo que se despliega en el presente en el espacio público, más allá de lo privado, como es el caso de la participación en las manifestaciones que aún hoy siguen vigentes como un ritual familiar público de los Gómez Hincapié. Y es precisamente esta persistencia de los lugares, rituales y reivindicaciones, que conforman el gran mapa de la memoria de la familia colombiana, la que ha permitido que este año 2023 la Corte Interamericana de Derechos Humanos haya dictado sentencia, señalando al estado colombiano como responsable del genocidio de la Unión Patriótica. Y todo ello, gracias a las Utopías, las de ayer, las de hoy y -sin dudas- las de mañana. Las de Laura y su familia y las de todos los colombianos, lo cual pone en evidencia la importancia de los activismos de las nuevas generaciones en Colombia, esas a las que pertenece Laura Gómez Hincapié. ¡Larga vida a Utopía! ¡A todas las utopías!
Ponte en contacto con la autora: carmenviveroscelin@gmail.com
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